El tigre cruza una franja de luz en las calles cubiertas de hielo.
Escarba en las brasas encendidas, en los muros
agrietados por los sismos, buscando rastros de sangre, signos de miedo.
Se enreda en las marañas de las zarzas, esquiva los
venenos, los engaños, las trampas de explosivos.
Ronda los acuarios, acecha a los viejos erráticos
que vagan como pájaros hambrientos.
Después, amansado por el rumor de la lluvia, se
tiende en un hueco del muelle y se adormece con el compás de los barcos y la
respiración magnética del mar.